Cibernautizando a Menéndez Pidal
Ignacio Ceballos Viro

Hace unos meses se publicó en la revista digital Rinconete, del Instituto Cervantes, una serie de artículos que escribimos Eva Llergo y yo [https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/busqueda/resultadosbusqueda.asp?Ver=50&Pagina=1&Titulo=Metacr%EDtica%20gr%E1fica%20&OrdenResultados=2] tanteando una impertinente forma de medir el impacto digital de personajes célebres de la literatura y los estudios literarios. Llamamos a la serie “Metacrítica gráfica”, y entre los ¿des?venturados autores que cayeron en nuestro puchero se encontraba (no podíamos obviarlo) Ramón Menéndez Pidal.

 ¡Oh, el pobre don Ramón mirado a través de las goggles de Google! No sé qué hubiera opinado… Le explicaríamos que lo hicimos desde una admiración más honda que la fosa de las Marianas, que nos ha tocado vivir un siglo en el que contemporizar con la tecnología y el data es obligado, y que (triste defensa) peor hubiera sido dedicarle un estudio en forma de tweet.

Contando con que, finalmente, entendiera don Ramón los motivos de nuestra claudicación académica ante los gigantes tecnológicos, y animados con los curiosos resultados que obtuvimos entonces, intentaremos rematar aquellas líneas con algunos añadidos que creemos que pueden ser (al menos) amenos.

Resulta que entre las funcionalidades de Google Books se encuentra Ngram Viewer [https://books.google.com/ngrams]. Con esta aplicación web se pueden rastrear términos en la inconmensurable biblioteca virtual de Google, en un arco de fechas que va de 1800 a 2008. Los programadores han tenido la gentileza de mostrar los resultados no en crudo, sino en una gráfica de colores con las fechas en el eje de abscisas y la proporción de ocurrencias en el de ordenadas. Esto facilita su uso incluso por investigadores de, por ejemplo, estudios literarios, quienes en público ven coherente declarar que la estadística es su kryptonita, o que un excel les da más sarpullido que una edición crítica bédieriana.

Pongamos por caso que  queremos averiguar si la crítica habla más de Quevedo o de Góngora [https://cvc.cervantes.es/el_rinconete/anteriores/julio_18/05072018_01.htm]. Bastaría con introducir “Quevedo,Góngora”, elegir el corpus en spanish, y Ngram Viewer solucionará la consulta de forma eficaz. O tal vez queremos confirmar sin género de dudas cuándo se dejó de hablar de “Gran Guerra” para hablar de “Primera Guerra Mundial”. Hagan, hagan sus búsquedas. Ya les digo que es gracioso, y dará para que puedan comentar algo que no sea el tema político en las comidas de Navidad.

 

Desde luego, los investigadores de la historia de la literatura o la historia de las ideas y la cultura tendrán una rápida aproximación a lo que buscan antes de sumergirse en publicaciones periódicas de la época, roturar las líneas de los libros con la vista torcida en diagonal, o meter las narices en las correspondencias privadas de sus investigados. El otro día mi hijo mayor me confesó que le pasa igual que a un personaje de un libro que está leyendo: que si inventara un robot, ¡lo haría con la función de “hacerme los deberes”! Igualmente, ¿qué filólogo o historiador no querría un robot que le hiciera gran parte del “trabajo sucio” de la investigación? Al fin y al cabo, eso puede aportar esta aplicación.

Animados con la idea, hágannos el favor de entrar en este gabinete virtual y veamos qué nos dice sobre Menéndez Pidal. En nuestro artículo incial en Rinconete, quisimos averiguar qué comparativa podía establecer Google Books entre nuestro homenajeado y otra eminencia de la filología. Autocitemos nuestro propio artículo, ya que nos han asegurado que la Aneca no meterá por aquí la manaza y no se nos restará valor en el índice h:

«Tomemos a dos de los mayores intelectuales de la historia de la filología española: Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal. El primero algo maestro del segundo, ambos con una obra inmensa, con intereses intelectuales intersecados, que crearon sendas escuelas de filólogos y tradiciones de pensamiento, y ambos (qué cosas tiene la casualidad, señora) con apellido similar. Un estudiante nos preguntó, cuando supo que lo que durante el primer curso de carrera había creído que era la misma persona eran en realidad dos: ¿cuál es más importante? Bueno, eso depende de qué ámbito escojamos, pero lo que sí podemos saber es cuánto han sido mencionados en libros a lo largo de los años. Y de ahí, sacar conclusiones. ¿Nos atrevemos?

Lo que estas líneas del gráfico nos indican es que Menéndez Pelayo (en azul) y Menéndez Pidal (en rojo) han ido muy a la par en importancia y reconocimiento en el mundo hispánico. Pero dos cosas llaman la atención. Una, la cantidad de menciones que tuvo Menéndez Pelayo durante la década de los cincuenta. Este pico ascendente nos da la medida de la importancia del traslado de los restos mortales del erudito a la catedral de Santander, en 1956, y la panoplia de halagos y referencias por parte del nacionalcatolicismo, que muy pronto se había apropiado de la obra y la memoria de Menéndez Pelayo para marchamar con su auctoritas la ideología del Régimen. De entonces a hoy, la importancia relativa de este autor ha ido cayendo poco a poco, situándose incluso por debajo de las “cotas de popularidad libraria” (perdonen el palabro) de Menéndez Pidal. Como se ha dicho hace poco [https://elpais.com/elpais/2012/05/18/opinion/1337364394_349272.html], “el menendezpelayismo está en retirada”. Tal vez debido a esa vinculación forzada al Régimen, y al esfuerzo pantagruélico que requiere degustar una obra completa de unas 30 000 páginas.

 El caso de Menéndez Pidal ofrece la segunda singularidad: la línea ascendente continuada durante la etapa de mayor producción intelectual, y un pico en los años de su fallecimiento, que viene a demostrar cuánto se nos aprecia cuando ya no estamos. También el franquismo trató de fagocitar su obra, lo cual se refleja en la gráfica, a pesar de que sus raíces fueron institucionistas (recordemos que dirigió el Centro de Estudios Históricos) y no casaban muy bien con los intereses de la dictadura. Tras la muerte de Pidal, las menciones disminuyen, pero podemos ver que su declive es menos acusado que el de Menéndez Pelayo, y que, a día de hoy, si los números no mienten, Menéndez Pidal es más apreciado. Tal vez, pensamos, por la supervivencia, todavía hoy, de una muy activa escuela pidalina que continúa las líneas de sus estudios en romancero, historia y literatura medieval, en torno a la Fundación Menéndez Pidal.»

Eso decíamos entonces. Deseamos hoy que el activísimo “bienio pidalino” que ha llevado a cabo esta fundación heredera del legado de Menéndez Pidal dibuje un bonito everest en la línea roja de la gráfica. O mejor, una meseta del Himalaya.

Seguramente ustedes están echando de menos alguna mujer en todas estas metacríticas recreativas. Me han cogido preparado, porque he aprovechado que “María Goyri” es otro nombre poco frecuente, y la he pasado por la máquina también a ella, a ver qué sale. Y ¡oh! (¿sorpresa?). Pocas veces uno se encuentra algo tan contundente:

 (Con “Goyri” a secas, la línea azul remonta el vuelo un poco, especialmente en los años 1920, pero no hay duda de que aquí chocamos con algún homónimo, que arroja ocurrencias también desde 1870).

 El otro día, releyendo el tomo 2 de El Archivo del Romancero: patrimonio de la Humanidad, retopé con aquel pie de foto del despacho de María Goyri, en el que se explica que una revista portorriqueña lo confundió con “el cuarto de trabajo de Don Ramón Menéndez Pidal” (p. 342-343). Significativo síntoma de lo que la gráfica de Ngram Viewer diagnostica.

 Y ya que estamos jugando y pasándolo tan bien, y como la cosa va de familia, probemos con Diego Catalán, nieto de Menéndez Pidal y maestro de maestros en los campos del romancero:

Descontando algunas imprecisiones obvias que se pueden detectar en el gráfico, los años 1970 son admirables desde el punto de vista de la proporción de ocurrencias de su nombre dentro de la inmensa biblioteca de Google Books. Aunque el gráfico demuestra que, como decían los humanistas, somos enanos a hombros de gigantes. Si hasta los gigantes que nos precedieron lo son. Pero ya que hablamos de enanos, ¡ja!, prueben a introducir su nombre en la máquina.