RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL (1869-1968)

Menéndez Pidal, al penetrar por ciertos lugares en la realidad española, al hilo casi siempre de sus preocupaciones lingüísticas y literarias, apoyándose en aquellos saberes donde se sentía seguro, veía la realidad subyacente, los supuestos de aquello que directamente estudiaba, descubría sobre todo, la vida que fluía por debajo de estos hechos, los proyectos en que consistía esta forma de vida colectiva que llamamos España. Cuando se lee a Menéndez Pidal se encuentra siempre esa realidad profunda que está sustentando los acontecimientos, las formas lingúísticas, las obras literarias.

Su saber era simplemente asombroso; su pulcritud intelectual igualaba la que siempre mostró la apariencia de su persona. Y, además, nunca confundió las cosas. La obra de Menéndez Pidal es un prodigio de veracidad y rigor; se puede acudir a ella con la seguridad de encontrar la precisión de los datos y materiales, acompañada de la —todavía más importante— interpretación.

Julian Marías

De origen asturiano, fue el más joven de varios hermanos que destacaron en distintos campos de las Humanidades; perdió a su padre a los once años y creció, por tanto, como hijo de viuda. En sus estudios de Derecho, que su madre (Ramona Pidal) le exigió realizar en paralelo con los de Filosofía y Letras (1885-1891), sólo le atrajeron las enseñanzas de Historia de las Instituciones Jurídicas y de Derecho Romano que impartían Eduardo de Hinojosa y Julio Pastor, respectivamente. Como estudiante de Letras, sacó más provecho leyendo De la poesía heroico-popular castellana de Manuel Milá i Fontanals (que le prestó su hermano Juan) y la Gramática de las lenguas romances de Federico Díez (en ejemplar del Ateneo de Madrid), así como la Divina Comedia y el Fausto (de los cuales gustaba aún recitar largos pasajes a sus noventa y seis años, aprendidos de memoria en aquella época), que de las clases en la Facultad. Otros de sus “maestros” a distancia en esos años formativos fueron José Leite de Vasconcelos, Gaston Paris y Gustav Gröber (descubiertos en lecturas hechas en el Ateneo).

“Galicia es mi tierra natal; no es la tierra de mis padres, pero es la tierra donde mis padres asturianos pasaron días muy felices de juventud truncados por graves sucesos en España que pusieron a prueba el espíritu de sacrificio de mi padre, en aras de sus ideas político-religiosas”

En los primeros tiempos de su vida intelectual, influyó en él notablemente su hermano Juan Menéndez Pidal y, en sus relaciones sociales, el primo de su madre Alejandro Pidal y Mon, poderosa figura del tradicionalismo católico conservador. Pero pronto, apartándose de los hábitos intelectuales de su tiempo, rehuyó el campo de la política e incluso abandonó la práctica de asistir a tertulias ilustradas o a reuniones en cafés. Sus modelos no eran los hombres de letras que brillaban en España (políticos letrados, polígrafos, columnistas literarios), sino los “filólogos” extranjeros; su aspiración, desde muy pronto, fue introducir en ella la investigación con rigor científico sobre la literatura, la lengua y la historia, nacionales o comparadas, que el método histórico-comparativo había hecho florecer en la germanística y en la romanística de la Europa Central. Por ello, consideró prioritario, antes de proceder a la organización y exposición de los hechos, la búsqueda sistemática de la documentación, escrita y oral, que permaneciera oculta. Paralelamente, adecuó el estilo de su prosa al propósito de mostrar los hechos que afloraban de la documentación reunida, buscando austeridad y precisión, y rompió con el discurso grandílocuo y florido utilizado por la erudición española contemporánea.

Conforme a preocupaciones dominantes en la “Europa de las naciones”, se interesó por el estudio documentado de los “orígenes” de la nación española (y de la lengua y la literatura españolas), lo cual le llevó a hacer de la Edad Media la época privilegiada en sus estudios. Empezó a ser conocido en 1895, cuando fue hecho público el fallo en su favor del concurso, convocado en 1892 por la Academia Española, sobre el poema de Mio Cid. La obra que le consagró internacionalmente entre los romanistas fue La leyenda de los infantes de Lara (1896), su primer libro. Con él destruyó el presupuesto de que España había carecido propiamente de una poesía épica nacional. El punto de partida de sus estudios fue el conocimiento de los manuscritos medievales de historia de España de la Biblioteca de Palacio (que analizó en Crónicas generales de España. Catálogo de la Real Biblioteca. Manuscritos, 1896) y de las bibliotecas Nacional, de El Escorial, de Menéndez Pelayo y de Zabálburu. Con Infantes se inició en España la crítica textual lahmanniana. Menéndez Pidal, aprovechando su gusto por el excursionismo, inauguró en esa obra también el estudio directo (1895) de los lugares en que se sitúan las acciones narradas.

Su intelectualismo racionalista le hizo rechazar las orientaciones políticas ultraconservadoras de sus familiares, así como alejarse del catolicismo fervoroso de su madre y hermanos y aún de la creencia en un creador de la naturaleza fabricado a imagen y semejanza del hombre. Conservó, no obstante, admiración por el legado cultural de las tres religiones monoteístas y una especial preferencia por la civilización cristiana.

Su reorientación “liberal” (en el sentido decimonónico de este adjetivo) le llevó a empatizar con los pedagogos laicos de la Institución Libre de Enseñanza e hizo posible que se sintiera atraído por la personalidad de María Goyri, una mujer poco común en la sociedad española de entonces. Hija natural de Amalia Goyri, su madre le había propiciado una formación intelectual y deportiva inusitada (estudios de la carrera de Comercio y en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer; asistencia a gimnasios) que ella supo continuar, rompiendo tabúes arraigados en España; fue la primera mujer que asistió asiduamente a las aulas universitarias, donde, acabada la licenciatura, cursó también el doctorado (1895). Por intermedio de María, su futura mujer, fue como Ramón comenzó a frecuentar el trato con los pedagogos de la Institución.

Con Giner de los Ríos compartieron los jóvenes María y Ramón no sólo inquietudes intelectuales, sino la pasión por la naturaleza montañera, paseando por la carretera de El Pardo. El “descubrimiento” de la sierra del Guadarrama, mediante el excursionismo a pie y las acampadas en grupos mixtos de amigos y amigas, fueron experiencias, entonces inusuales, que cimentaron una relación sentimental de por vida.

En 1898, Ramón Menéndez Pidal completó su formación romanística en la Université de Toulouse y, a fines de 1899, ganó la Cátedra de Filología Comparada del Latín y del Castellano en la Universidad Central o de Madrid.

En 1900, Ramón y María, ya casados, recorrieron juntos la ruta del destierro del Cid que describía el poema y, en esa ocasión, descubrieron la persistencia del romancero en la tradición castellana, hasta entonces negada. Así se inició su “Archivo del Romancero”, que alcanzaría a tener, con el tiempo, miles de textos y documentos, y que hoy se conserva en su antigua residencia (actualmente “Casa Menéndez Pidal”).

En 1901, Ramón Menéndez Pidal fue elegido miembro de la Real Academia Española y, en 1904, nombrado comisario regio para redactar el informe en que habría de basarse el laudo de Alfonso XIII en el litigio sobre límites entre Ecuador y Perú. Durante el viaje (1905) a los países costeros del Pacífico y ribereños de El Plata, descubrió la existencia del romancero en la tradición oral de la América hispana y promovió, especialmente en Chile, su recolección (“Los romances tradicionales en América”, 1906). También por entonces pudo reunir la primera colección de romances de las comunidades sefardíes de Marruecos (“Catálogo del romancero judío-español”, 1907).

“La investigación científica responde a una inclinación del espíritu, atrayente para todos, pues no es otra cosa en su raíz que el placer de hallar solución a una adivinanza”

Obras notables de este período son: El condenado por desconfiado, de Tirso de Molina (1902); Manual elemental de gramática histórica española (1904; hoy en 23ª ed.); “El dialecto leonés” (1906); Primera crónica general de España (1906); Cantar de Mio Cid: Texto, gramática, vocabulario (3 vols., 1908, 1912); L’épopée castillane à travers la littérature espagnole (1910); El romancero español (1910), estas dos últimas fruto de conferencias en Estados Unidos (1909).

La creación de la Junta para Ampliación de Estudios (JAE), en 1907, abrió nuevos horizontes a la actividad de Menéndez Pidal, sobre todo a partir de 1910 con la creación del Centro de Estudios Históricos (CEH) bajo su dirección. Durante los veintiséis años siguientes contó con apoyo institucional para el desarrollo de proyectos de investigación y con la colaboración de los discípulos que había formado en la Universidad y los que entraron posteriormente en el CEH. Menéndez Pidal hizo el acopio de los documentos aliterarios, dispersos en archivos de León, Castilla, Navarra y Aragón, que permitían estudiar el idioma romance en las múltiples variedades existentes en los siglos IX-XIV (1909-1915), y la exploración sistemática de las hablas conservadas en apartadas comarcas pertenecientes a los dominios lingüísticos astur-leonés y aragonés (1909-1912). Asimismo, realizó, personalmente o promoviendo encuestas (1909-1936), la recogida de miles de textos y músicas de romances en la Península y en las comunidades sefardíes de los Balcanes, Turquía y Marruecos. Otro vasto campo en el que acopió información es el de las crónicas generales de España, conservadas en múltiples manuscritos. Estos campos vinieron a quedar como los de actividad personal de Menéndez Pidal en el CEH cuando, en la década de 1920, procuró que sus discípulos se fueran haciendo cargo de proyectos independientes, aunque apoyados por él. Obras más relevantes entre 1914 y 1926 son: “Elena y María. Poesía leonesa inédita del s. XIII” (1914); la serie “Poesía popular y romancero” (1914-1916); “Roncesvalles. Un nuevo cantar de gesta español del s. XIII” (1917); Documentos lingüísticos de España, I: Reino de Castilla (1919); La primitiva lírica española (1919); “Sobre geografía folklórica. Ensayo de un método” (1920); Poesía popular y poesía tradicional en la literatura española (1922); Poesía juglaresca y juglares (1924); El rey Rodrigo en la literatura española (1924 y 1925-1926); Orígenes del español. Estudio lingüístico de la Península Ibérica hasta el s. XI (1924-1926), obra ésta en que la inducción filológica alcanza cimas de extraordinaria altura. A partir de un aparente caos de datos sueltos, llegó a hacer en ella una verdadera historia de la lengua acerca de un período de máxima oscuridad y, trascendiendo la descripción de lo así articulado, intentó integrar los fenómenos lingüísticos que examinaban la particular historia social de la Edad Media peninsular.

“Vivir hacia dentro, no hacia afuera (de aquí, la vida familiar). La casa ha de tener abiertas al exterior no ya ventanas, sino balcones; que entre la luz y el aire para vivir hacia adentro, para sí mismos, no para los demás”

Otras realizaciones de esta etapa fueron la creación y dirección de la Revista de Filología Española (1914) y sus anejos, y promovió otras tres revistas de las secciones no filológicas del CEH; tuteló la confección de ediciones científicas de textos literarios en series del CEH y en La Lectura; concibió (después de su viaje de 1909 a Estados Unidos y en el curso de otro a Argentina y Chile, 1914), un plan de fomento del hispanismo en América, tanto hispana como anglosajona, mediante la estancia en ella de destacados miembros del CEH y de otros intelectuales y profesionales afines a la JAE. Esta política de expansión cultural dio como fruto la creación de centros y grupos de trabajo en Buenos Aires, San Juan de Puerto Rico, México, Columbia University (Nueva York), Wisconsin y California, que dejaron huella duradera y que tuvieron un papel importante con ocasión de la diáspora de la intelectualidad española provocada por la Guerra Civil. Participó activamente en la creación, selección de profesorado y diseño curricular del Instituto-Escuela (creado en 1918). Viajó al frente de Verdún en apoyo moral de los aliados (1916). En ese tiempo recibió nuevos honores: miembro de la Accademia de Lincei (Roma), 1913; presidente de El Ateneo, 1919; director de la Real Academia Española, desde 1926; doctor honoris causa por las Universidades de Toulouse (1921), Oxford (1922) y La Sorbonne (1924); Legión de Honor Francesa (1924).

“El genio es una larga paciencia. La fuerza de voluntad es don de la naturaleza”

En los años que siguieron a 1924, la crisis de la dictadura de Primo de Rivera, el consenso de la intelectualidad española en que Delenda est Monarchia y el advenimiento súbito de la República hicieron abandonar a Menéndez Pidal el principio institucionista de que la reforma cultural del país era preciso hacerla desde un aséptico apoliticismo. Pero, aunque participó en los manifiestos en contra de la prohibición gubernativa de la enseñanza y el uso público del catalán (1924), se enfrentó con Primo en una sonada “Carta al Dictador” (El Sol, 1929), protestando contra el avasallamiento de la Universidad, y participó en el entusiasmo de los liberales ante el fin de la Monarquía borbónica e instauración de la República y, no mucho después, en el disentimiento de los que se alarmaron ante la supresión en el “Estatuto catalán” del concepto de “nación española” como realidad integradora de las varias “nacionalidades autónomas” (1931, 1932). El CEH no se vio afectado en su funcionamiento. Menéndez Pidal y sus colaboradores creyeron llegado el tiempo de emprender un conjunto de obras magnas sobre la historia de la civilización, de la literatura, de las instituciones y de la lengua españolas que renovase, desde unas bases científicas, los conceptos heredados del pasado. Desde la preparación del Atlas lingüístico de España y Portugal a la compilación de una Bibliografía de la Literatura española, desde la creación del Archivo de la palabra y las tradiciones populares o de una Historia de la novela en España hasta el diseño de una Historia de España monumental, así como la creación de una Revista de Estudios Clásicos, fueron empresas del CEH alentadas por Menéndez Pidal; pero, personalmente, se hizo cargo de dos obras de gran envergadura: Epopeya y Romancero, en diez volúmenes, que patrocinó la Hispanic Society of América de Nueva York, y la Historia de la lengua española (con sus complementos de un Glosario y una Crestomatía medievales). Entre tanto, publicó Flor nueva de romances viejos, 1928, para recuperar estéticamente un género poético “menor” típico de la literatura española; La España del Cid, 1929 (trad. ingl. 1934, trad. al. 1937), en que logra dar vida palpitante a la lejana España del “Emperador de las tres religiones” en el siglo XI; “El lenguaje del s. XVI”, 1933, anticipo de su periodización del llamado “Siglo de Oro”; “El Imperio romano y su provincia”, 1935; “Lope de Vega; El Arte nuevo y la nueva biografía”, 1935.

Su colaboración con los gobiernos republicanos en la realización de un programa científico-cultural-pedagógico continuó hasta el otoño de 1936, ya avanzada la Guerra Civil, pues participó, aunque intentando moderarla en algunos aspectos, en la drástica reforma de las Academias y de la JAE. En diciembre de 1936, con la anuencia del Gobierno de la República y la protección del Quinto Regimiento, Menéndez Pidal salió de Madrid y fue a impartir cursillos y cursos a Burdeos, La Habana y Nueva York (Columbia University), mientras preparaba y escribía su Historia de la Lengua. En octubre de 1937 recibió la orden de reintegrarse a la dirección del CEH y, habiéndola desobedecido, fue destituido. Rota su fidelidad a la República y acusado, a la vez, en Burgos, por el gobierno de los “nacionales”, de haber sido uno de los causantes del anterior triunfo de la llamada “anti-España”, se trasladó a París (mayo de 1938) a investigar en La Sorbonne. Tras el triunfo de Franco, se le autorizó a regresar a España en julio de 1939, donde pronto se percató de que la nueva dictadura se proponía erradicar, no ya cualquier ideología de “izquierdas”, sino también “liberal” o heredera de “la Ilustración”. Considerada la continuidad de su dirección de la Academia indeseable, se apartó totalmente de la corporación (agosto de 1939). Desmantelados el CEH y la JAE y embargados sus fondos y materiales de trabajo, exilados, presos o depurados los más de sus colaboradores, sujeto él mismo a un proceso de responsabilidades políticas, tuvo que abandonar los proyectos que exigían trabajo en equipo o financiación. Se centró en elaborar él solo, en su casa de El Olivar de Chamartín, tres historias, la de la Lengua, la de la Épica y la del Romancero, con los fondos de su archivo-biblioteca, que la Universidad de Oxford (Biblioteca) y la embajada de México y el Gobierno republicano de Valencia (Archivo) habían protegido de los avatares de la guerra (el Archivo llegó a Ginebra junto con los cuadros del Prado como parte del Tesoro Nacional). Aunque redactó la mayor parte de las tres historias, sólo publicó el Romancero hispánico: Hispano-portugués, americano y sefardí (1953), sin edición de la extraordinaria colección de textos y músicas que poseía.

“Mi norma fue no pretender nada sino sólo realizar mi fin, esperando que todo lo demás viniera en concepto de añadidura”

La inconclusión de las otras historias se debió al temor de Menéndez Pidal de que su jubilación y marginación de las instituciones culturales pudiera significar impotencia para diseminar, nacional e internacionalmente, sus aportaciones al saber, quedando relegado al papel de figura del pasado. De ese temor procede una improcedente atención a compromisos culturales ocasionales; su prólogo a la Historia de España de Espasa Calpe con una visión panorámica de Los españoles en la Historia. Cimas y depresiones en la curva de su vida política (1947), que políticamente representó el intento de reabrir el diálogo racional entre las dos medias-Españas (la castiza católica y la renovadora europeizante) enfrentadas en recurrentes guerras fratricidas; su preferencia (en contraste con sus obras de tiempos anteriores) por destacar las consideraciones teóricas anteponiéndolas a la historia de los hechos expuestos (La chanson de Roland y el neotradicionalismo. Orígenes de la épica románica, 1959; tr. fr. 1960); la evolución de su prosa hacia formas más sueltas y más combativas, y su interés por capítulos especialmente conflictivos de la historia de España en su proceso hacia la unidad (ejemplos: Los Reyes Católicos según Maquiavelo y Castiglione, 1952; “El Compromiso de Caspe, autodeterminación de un pueblo”, 1964) o en su acción exterior (El padre Las Casas. Su doble personalidad, 1963). Otras obras relevantes: las reeds., con notables adiciones, de La España del Cid (4.a ed., 1947) y de Orígenes del español (3.a ed., 1950); “Universalismo y nacionalismo, romanos y godos” (1940); “El estilo de Santa Teresa” (1941); El Imperio hispano y los cinco reinos de España (1950); “La lengua en tiempo de los Reyes Católicos” (1950), “La primitiva lírica europea. Estado actual del problema” (1960). “Sevilla frente a Madrid. Algunas precisiones sobre el español de América” (1962).

La paulatina integración de la España de Franco en el bloque de naciones liderado por Estados Unidos propició la vuelta de Menéndez Pidal a la presidencia de la Academia (1948); pero los intentos de sectores gubernamentales aperturistas de proporcionarle medios para volver a dirigir trabajos que exigían colaboradores (creando unos seminarios histórico-filológicos en el Instituto de Cultura Hispánica, 1947-1950, o en la Universidad de Madrid, en 1954) fracasaron ante repetidos ataques de los defensores de un maximalismo católico-nacionalista. No obstante, el trabajo dirigido produjo publicaciones; destacan entre ellas: Reliquias de la poesía épica española (1951), una 2.a ed. con las “Fuentes” de la Primera crónica general (1955), Cómo vive un romance (1954), los vols. I y II del Romancero tradicional de las lenguas hispánicas (1957, 1963). En estos años Menéndez Pidal cofirmó sistemáticamente las peticiones y manifiestos en favor de diversos presos políticos (estudiantes, obreros, activistas) y contra la Guerra de Vietnam. Tuvo amplio eco en la prensa española e hispano-americana su visita, a los noventa y cinco años, al nuevo estado de Israel cuando el Gobierno español no lo reconocía (1964). En ese tiempo recibió honores como el Premio Feltrinelli (Academia dei Lincei) y numerosos doctorados honoris causa.

El reconocimiento de la importancia de su legado cultural dio lugar a la creación, el 13 de marzo de 1954, del Seminario Menéndez Pidal como centro de investigación, por el Ministerio de Educación Nacional (transformado el 27 de julio de 1981 en Instituto Universitario Interfacultativo), y póstumamente a la constitución de la Fundación Ramón Menéndez Pidal (8 de noviembre de 1981) e inauguración, por la reina Sofía, de la sede de ella en la Casa Menéndez Pidal (11 de noviembre de 1985), y, andado el tiempo, a la concesión, el 9 de febrero de 2006, por la Junta de Gobierno de la Ciudad de Madrid, del máximo grado de protección urbanística a esa Casa Menéndez Pidal y al jardín histórico El Olivar de Chamartín en que se halla situada.

“Siempre en busca de mí mismo, para realizar lo que yo soy. Soy poca cosa, lleno de deficiencias, pero eso poco, todo lo he realizado en el poco tiempo de mis noventa y cinco años, escaso tiempo para desarrollar todos los entresijos que mi poquedad encierra”

Durante su larga vida intelectualmente activa, Menéndez Pidal trató de recuperar el componente creador, innovador, en las nociones de “tradición” y de “herencia tradicional” (tanto en el estudio de la historia de la lengua, como del romancero o de cualquier otro producto social), destacando la continuada renovación que los individuos de sucesivas generaciones introducen en los modelos recibidos. A partir de esa noción, pretendió superar el maniqueísmo valorativo del pasado hispánico del que la sociedad española moderna no sabía cómo salir. Reconstruyó para ello, las más de las veces con materiales de primera mano, la Hispania prerromana, la romana, la gótica, el Andalus islámico, la Hispania neo-gótica y la España medieval y de los siglos clásicos, valorando sus logros y sus deficiencias; con su trabajo investigador rescató del olvido para el hombre contemporáneo hechos y obras literarias no bien valorados hasta entonces, ampliando extraordinariamente la herencia cultural viva del pasado. Su interés científico no se constriñó a la observación y reconstrucción de hechos, sino que introdujo en los estudios históricos precisiones conceptuales y metodológicas que sus maestros europeos no le proporcionaron y que conservan vigencia y actualidad.

Su profesada “mesura”, su cultivada sobriedad, su preocupación por la objetividad y su pretendido apoliticismo no consiguieron borrar en sus escritos un elemento pasional desestabilizador a la hora de presentar conclusiones: su nacionalismo castellano-céntrico, propio de la llamada “generación del 98” a la que pertenecía, le llevó a una defensa a ultranza de la función vertebradora de las “tres” Castillas (la Vieja, la toledana, la extremeño-andaluza) respecto a la nación hispánica, así como su acción en el mundo; por otra parte, creyó, infundadamente, que la monocromática paleta de valores éticos y estéticos que el liberalismo institucionista propugnaba era identificable con la idiosincrasia del homo hispanicus, del español de todos los tiempos, y con los caracteres permanentes de la literatura hispánica y española. Pero esos componentes afectivos, que colorean incluso sus obras de mayor alcance científico-histórico, no rebajan ni la calidad ni el interés de su extraordinaria obra.

La creación de los organismos, arriba citados, en apoyo de la continuidad de su labor investigadora, ha hecho posible que se haya producido, en los campos en que él enriqueció de forma más notable las bases del conocimiento, una “tradicionalidad creativa” (como la que él valoraba en el lenguaje y en diversos géneros literarios) a partir de los materiales de trabajo por él dejados. Numerosas obras elaboradas en el Seminario Menéndez Pidal y en la Fundación Ramón Menéndez Pidal, sobre el romancero, la historiografía medieval o la historia lingüística, reflejan esa herencia viva, ya que han transformado profundamente el panorama sin quebrar el hilo investigador. Son caso aparte dos obras póstumas estrictamente suyas: La Épica medieval española, desde sus orígenes hasta su disolución en el Romancero (de la cual sólo se publicó en 1992 un primer volumen; y completa en 2008) y la Historia de la lengua española (Madrid, 2006).

Diego Catalán
«Un Filólogo… con inclinación a la Historia»
Publicado en: Diccionario Biográfico Español, Real Academia de la Historia, Madrid, 2012. ISBN 13: 978-84-96849-90-7, volumen XXXIV: Matos de Noronha – Mestre Artigas, págs. 651-657