
Este artículo es un resumen personal de María Goyri sobre el Congreso Pedagógico Hispano-americano-portugués celebrado en octubre de 1892. Publicado en «La Escuela Moderna», Revista pedagógica hispano-americana, III (1893), núm. 23 (febrero), págs. 82-86.»
«Vengo aquí sin ninguna autoridad para que me escuchéis; pero vosotros, que habéis oído a tantas personas eminentes e ilustradas, sed benévolos por unos instantes para quien no puede ostentar más títulos que el de alumna.
Permitid ante todo que mande un cortés saludo a nuestras hermanas de América, que desde tan larga distancia han venido a ayudarnos y a saber cómo pensamos, y que una compañera mande un cariñoso abrazo a las alumnas americanas y portuguesas.
Yo no vengo a atacar a nada; porque además no sabría cómo hacerlo, creo que sería inútil e pasar el tiempo en luchas fraticidas, que no han de servir más que para regocijo de enemigo.
Voy a ser breve; con que así, un momento de benevolencia y de tranquila imparcialidad.
Es extraño que los hombres se asusten de las ideas radicales de nuestra Sección, pues ellos nos han dado el ejemplo, y además hay la seguridad de que, o salen derrotadas, o aunque se aprueben, no se han de llevar por ahora a la práctica.
¿Creéis que si se aprueba la conclusión que se refiere a abrir todos los centros docentes de la mujer, se matricularán por ahora más mujeres que las que lo hacen? ¿Pensáis que si hoy sale a oposición una Cátedra de la universidad, os la disputará alguna mujer, aunque tenga título y condiciones para ello? No temáis la concurrencia; trabajad, no ahogando las aptitudes de la mujer, sino siguiendo vuestro camino andado, y al volver la vista para ver a que distancia venimos, no hacéis más que perder el tiempo, y así quizás os alcanzaremos antes.
En el Congreso pedagógico del 82 se votaron las dos conclusiones siguientes referentes a la mujer: 1ª “Que además de las Escuelas Normales de Maestras, son necesarios otros establecimientos para elevar la cultura de la mujer” y 2ª “Que debe dejarse libre a ésta el acceso a otros”. Estas son las teorías de hace diez años, los hechos han ido más allá, pues los institutos y las Universidades han abierto sus puertas a la mujer desde el momento en que han admitido en sus aulas a algunas señoritas que, con privilegio o sin él, han establecido el precedente de la enseñanza mixta con los hechos, que son los que tienen verdadera fuerza en estas cuestiones. A pesar de lo atrevido de la empresa, el orden no se ha alterado en las clases; cuando los estudiantes se han amotinado, ha sido por las causas de costumbre, y no por ver a una mujer, pues ellos han sabido cumplir sus deberes para con sus compañeras.
Encuentro que la señora Pardo tiene en su ventaja el sustentar ideas que practica; pues si es verdad que ha llegado al puesto que ocupa sin ser doctora, no por eso ha dejado de tener que luchar, y eso que posee condiciones que pocas mujeres podrán reunir, pues además de excepcionales dotes de talento y laboriosidad, tiene medios materiales que la ayudan a abrirse camino. Esta señora que, como ha demostrado, no teme la lucha, expone también a ella a uno de sus seres más queridos, a su hija.
Soy de las que creen que la mayoría de nuestras conclusiones son exageradas, por ahora; pero ¿habíamos de reunirnos y de establecer una Sección para decir que la mujer debe hacer lo que hasta ahora: estudiar para maestra, y si hay alguna que quiera estudiar más, que lo haga? Creo que para esto no valía la pena, pues ningún particular ha de tomar como regla de conducta las decisiones de este Congreso.
El miedo de los hombres de que les hagamos competencia, me recuerda el que las cigarreras tienen a la introducción de las máquinas, gritan, se las ofrece que seguirán como hasta entonces pero hace tiempo que no se provee ninguna vacante y el número de las obreras que allí trabajan, va disminuyendo; el resultado no hay que dudar cual será: contra el progreso no se puede marchar.
Y ahora que de las máquinas hablo, me dirijo a todos para que digan si no es exacto que los hombres, con sus prodigiosos inventos, nos han quitado algunos medios de subsistencia, como el de hacer media, con lo cual se ganaban antes su vida algunas mujeres. Sin embargo, a nadie se le ha ocurrido oponerse a la invención de máquinas.
No tiene nada de particular que, si los hombres nos quitan nuestras ocupaciones, busquemos otras, y a falta de las llamadas femeninas, invadamos el campo de las numerosas que ellos quieren sean exclusivas de su sexo.
Todo el mundo pide que haya más brazos dedicados a la agricultura. ¿Quién debe llenar ese vacío? Creo que todos dicen que el hombre. Si un labrador tiene medios para dar carrera a un hijo y encontráis mejor que le dedique a cuidar su hacienda, no me parece que habrá oposición para que, si tiene alguna hija con aptitud para el estudio, la haga seguir una carrera. Y si esta muchacha llega a ser educada e instruida a fondo, no habrá el temor de que desprecie a los que no saben, pues no hay ninguna ciencia que enseñe esto, y sí muchas que hacen ver lo insignificante que es en la humanidad un individuo aislado. Creedlo: la petulancia nace de esas tinturas enciclopédicas que hacen creer que se entiende de todo.
¿Dicen que la mujer debe ser esposa y madre. Que se case; al cultivar su inteligencia no hace voto de no contraer matrimonio; que se busque y encuentre su complemento, y cumpla su destino. Pero, como dijo en una conferencia el malogrado señor Vicuña: ¿y si no se casa? Sé que esta es la idea que aterra a la mayoría de las mujeres, y ni aún quieren oírla; por eso supongamos que todas se casan: ¿y si se queda viuda y sin viudedad, como es lo más general que suceda? En este caso tendrá que buscar otra vez un marido que quiera mantener a ella y a sus hijos. ¿Le encontrará?… Pues conceded siquiera a esas mujeres el que busquen con su trabajo el sustento para sus hijos y para ellas, como hay bastantes que lo hacen; y como el porvenir reservado a una persona no se conoce, dejadla que se prepare desde los primeros años para poder hacer frente a la necesidad, cuando llegue.
Termino dirigiéndome a los que sustentan las ideas amplias y elevadas dejando a un lado miras particulares y explosiones de amor propio; a estos me dirijo para decirles que no se arredren ante una derrota probable por el gran número de aparentes enemigos, y si acaso hay alguien que se sienta desfallecer, recuerde los versos del inmortal Aguilera, que en mis momentos de vacilación he oído repetir a uno de mis profesores:
No arrojará cobarde el limpio acero, mientras oiga el clarín de la pelea, soldado que su honor conserve entero.
María Goyri
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