por Álvaro Piquero

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A los «Raposos» Fermín y Fedor,
por su generosidad y perseverancia.


De origen asturiano, Ramón Menéndez Pidal cultivó desde su niñez una gran afición por el excursionismo y recorrió en numerosas ocasiones los montes de Pajares. Esta inclinación personal por la montaña, unida a los ideales naturalistas promovidos desde la Institución Libre de Enseñanza por su íntimo amigo Giner de los Ríos —a quien conoció gracias a su mujer, María Goyri—, le llevaron a recorrer los distintos parajes de la Sierra de Guadarrama —y de numerosas zonas de España e Hispanoamérica— hasta el final de sus días, uniendo así su afición excursionista y sus sesudos trabajos de investigación filológicos e historiográficos1.

Tras su breve paso por la Cartuja del Paular y la Granja de San Ildefonso, la familia Menéndez Pidal decidió construir su residencia de veraneo definitiva en otro pueblo serrano, San Rafael. Inaugurada en 1914, en su casa segoviana recibieron durante toda su vida las visitas estivales de algunos de sus amigos más cercanos y desde allí, o desde el cercano apeadero de tren, partían a sus excursiones serranas.

Perdido el cuaderno de notas en el que los Menéndez Pidal registraban cada salida al monte —con datos como la temperatura de los manantiales, el estado de los senderos, tiempos de llegada, anécdotas, etc.—, hoy es muy escasa la información que se puede recuperar acerca de aquellas marchas por la Sierra de Guadarrama 2.

Una de las escasas anécdotas serranas que se conservan en los archivos de la Fundación Ramón Menéndez Pidal aparece en el epistolario de Alfonso Reyes, escritor y diplomático americano que, durante su estancia en España, entre 1914 y 1924, trabó una profunda amistad con Ramón Menéndez Pidal y otros miembros del Centro de Estudios Históricos. Las 59 cartas conservadas en el Archivo epistolar de la Fundación —con signatura R024— comprenden casi toda la vida del mexicano, desde 1911 hasta su muerte en 1959, y en algunas de ellas se puede encontrar la vena más personal y cercana del filólogo 3.

El 10 de febrero de 1954 (R024046), Reyes, que residía desde 1939 en México D. F., escribe a Menéndez Pidal para explicarle que está preparando una reseña de su reciente Antología de cuentos de la literatura universal, publicada por la editorial mexicana Labor.

El mexicano, conocedor del interés que por aquel entonces suscitaba en Gonzalo Menéndez-Pidal el género del cuento, comenta:

No olvido aquel niño que, en los veranos de San Rafael, se divertía en coleccionar tuercas, tornillos y otros elementos de hierro tirados en el campo, con una paciencia y un tino «mántico» que ahora, según veo, ha superado aún al coleccionar cuentos.

El hilo de estas memorias estivales en la casa de San Rafael zambulle a Alfonso Reyes en sus felices años de juventud en España e inmediatamente después trae a su memoria una anécdota acaecida en el año 1918 en la Sierra de Guadarrama:

Conservo una herradura de la Sierra que tiene grabada esta inscripción: «Cerca la Tablada, / la Sierra pasada. R. Menéndez Pidal. – A. G. Solalinde. – Alfonso Reyes. – VIII – 3 – 1918». ¿Lo recuerda usted? Fue un día que alcanzamos Antonio y yo a todo correr la locomotora para Madrid, guiados y «cronometrados» por usted. Entonces recogí esa herradura, uno de mis recuerdos más caros.

La contestación de Ramón Menéndez Pidal desde la Cuesta del Zarzal, en carta fechada el 12 de abril de 1954 (R024047), muestra la cara más íntima del filólogo, que poseía una lucidez envidiable a sus ochenta y cinco años, pero que parece estar un tanto alicaído por el recuerdo de todo lo que se iba quedando atrás:

Mi querido Reyes:
Su carta de febrero ha removido en mí los pequeños recuerdos junto a los grandes que en usted siempre están vivos. Sí que me acuerdo de aquella excursión apresurada a través de las cumbres del Guadarrama para alcanzar el tren de Cercedilla, y aquella herradura [de] la buena suerte (suponiendo que fuera de caballo blanco), que no [fue] buena para nuestro inolvidable Solalinde. Aquellas excursiones domingueras por la Sierra fueron escaseando desde que me vine a vivir a Chamartín, y al fin ya dejé de hacerlas, porque como aquí vivo rodeado de jaras, romeros, tomillos y cantuesos, ¿a qué irlos a buscar a la Sierra? Ya no voy a San Rafael sino los veranos. Aquel Centro de Estudios Históricos, destruido. ¡Tantos amigos se han ido para siempre o andan dispersos por el mundo! ¡Todo ha cambiado tanto!

[…]

En fin, el recuerdo de la excursión guadarrameña me ha hecho vencer mi invencible pereza epistolar. Sabe le recuerda siempre con todo afecto su muy viejo amigo.

La historieta, digna de las mejores películas de acción, la había recordado ya el poeta mexicano en un fragmento de «Un recuerdo de año nuevo», breve artículo de Reloj de Sol, quinta serie de la obra miscelánea Simpatías y diferencias, que reúne escritos publicados entre 1915 y 1935. En el ensayo, tras glosar la figura de Francisco Giner de los Ríos, «el inventor del Guadarrama», y comentar la importancia de la educación en «higiene y deporte», Reyes alude brevemente a la historia compartida con Ramón Menéndez Pidal y Antonio Solalinde4:

Don Ramón Menéndez Pidal es, hoy por hoy, uno de los sacerdotes del culto al Guadarrama. Tiene casa en San Rafael, y huye de su biblioteca, de cuando en cuando, para darse el gusto de pasar, a pie y entre la nieve, la cumbre que divide la azul Segovia de la amarillenta y parda llanura de Madrid. En el término hay un león de piedra. Poco más abajo está la Tablada, antes de llegar a Cercedilla, donde el Arcipreste encontró, hace siglos, a una de sus mozas montaraces. Otra vez contaré las angustias que pasamos, por aquellos túneles, el propio maestro Menéndez Pidal, Antonio Solalinde y yo, para alcanzar un tren, en casi cinematográfica proeza. A sus estancias en la sierra, que alterna con el sol de la marítima Zumaya, debe D. Ramón, seguramente, ese salutífero color de barro cocido que ha heredado de él su hija Jimena. D. Ramón es hombre que escribe con las ventanas abiertas, en pleno invierno, envueltas las piernas en la manta española.

A pesar de su promesa de contar otra vez por extenso la aventura con el tren, solamente vuelve a referirse a ello brevemente en otro ensayo, «El reverso de un libro (memorias literarias)», esta vez perteneciente a Pasado inmediato, que recoge textos fechados entre 1937 y 1941. En esta ocasión, hablando de sus indagaciones sobre del camino del Arcipreste de Hita por la Sierra de Guadarrama, comenta5:

Ya he dicho que para el itinerario del Arcipreste por la sierra del Guadarrama he tomado en cuenta las observaciones personales de don Ramón Menéndez Pidal y del inolvidable Enrique de Mesa, ambos famosos conocedores del espinazo carpeto-vetónico. Ya he contado cómo el maestro Menéndez Pidal cruzaba el puerto entre la nieve, y los mismos serranos se dejaban guiar por su experiencia. Ya he recordado que los literatos madrileños de entonces eran muy amigos de la sierra, y he recogido testimonios de esa saludable inclinación que acaso data de Francisco Giner de los Ríos, como tantas buenas cosas de España. Ya he descrito una noche de luna y nieve en la sierra, en aquel refugio del doctor Madinaveitia que se llamaba La Casita. Don Ramón Menéndez Pidal pasaba temporadas en su residencia de San Rafael, donde años más tarde estuvo a punto de perder sus libros en un incendio, como lo ha relatado el escritor cubano José María Chacón y Calvo. Hoy está ya admitido y reconocido, con una inscripción conmemorativa en la llamada Peña del Arcipreste, allá por las heroicas cumbres, aquel lugar de La Tablada a que se refiere mi estudio, y que vio nacer la «cantiga de serrana», prodigio que se opera exactamente hacia la estrofa núm. 959 del poema, el día de San Medel, 3 de marzo, y transpuesto el puerto que ha dado su nombre al agua de Lozoya. Conservo de aquellos días una herradura recogida en el túnel que va de San Rafael a Cercedilla, donde por poco nos atropella la locomotora a don Ramón Menéndez Pidal, a Solalinde y a mí. La herradura lleva la fecha grabada (3-VIII-1918) y estos versos del Arcipreste:

Cerca la Tablada,
la sierra pasada.

Nada más —y nada menos— se ha podido recuperar acerca de esta peligrosa hazaña de Menéndez Pidal, Reyes y Solalinde, pues en la correspondencia de este último (S091), con misivas de tono mucho más laboral, no se conserva ningún comentario relacionado con la excursión.

Como se deduce de la narración anterior, una de las investigaciones filológicas que más tempranamente llevaron a Ramón a recorrer los caminos de la Sierra de Guadarrama fue la que pretendía desentrañar cuáles fueron los pasos del Arcipreste de Hita en los pasajes de las serranas del Libro de buen amor.

Convencido —frente a una buena parte de la crítica— de que la ficción autobiográfica de Juan Ruiz se inspiraba en un trayecto real, Menéndez Pidal, junto con María Goyri y algún amigo cercano, comenzó desde fechas muy tempranas con su trabajo de campo en busca de la venta del Cornejo y el antiguo camino del Puerto de Tablada.

En una misiva enviada en 1924 a Miguel Catalán y su hija Jimena, comenta6:

Vamos a repetir la excursión por el Cornejo que hice con don Francisco el 3 de septiembre de 1912 según reza mi cuadernito de excursiones, cuando fuimos por el Cornejo a Pasapán. Hoy nos contentaremos con llegar al Cornejo, seguir a la Campanilla, donde nos perdimos al ir a Pasapán con las Arenal, y volver a casa.

Ramón Menéndez Pidal en la Venta del Cornejo, 1940. © Fundación Ramón Menéndez Pidal


En un libro posterior, Los caminos en la Historia de España, Gonzalo Menéndez-Pidal describe que fue en 1940 cuando su padre encontró las ruinas de la Venta gracias a la ayuda de un pastor que por allí pasaba:7

Ahora, cuando mi padre y sus amigos se hallaban en la confluencia del arroyo Blascomalo, vieron acercarse a un boyero que con su carreta venía camino abajo y que al oírles hablar una y otra vez de dónde estaría la venta, dijo con toda naturalidad:

– ¿El Cornejo?… es eso.

Y señaló unas piedras que desde cerca parecían simplemente restos de unas tapias abandonadas, pero que vistas desde un poco más arriba configuraban evidentemente restos de una edificación. ¡Era la Venta del Cornejo!

Dado que tanto la venta como la zona donde se encuentra comparten el mismo topónimo, Cornejo, hoy no podemos saber a ciencia cierta si Ramón Menéndez Pidal conocía exactamente el paradero del edificio desde sus primeros años en San Rafael o si verdaderamente no lo encontró hasta después de la guerra8.

Sea como fuere, no cabe duda de que hacia 1912 conocía la zona en la que debía de estar la venta y que, a lo largo de las siguientes décadas, no cejó en su empeño de desentrañar la ruta que siguió Juan Ruiz más de cinco siglos atrás.

Su intervención definitiva en esta recuperación de la figura del Arcipreste, en todo caso, no llegaría hasta 1930, cuando, siendo director de la Real Academia Española, Ramón Menéndez Pidal promovió la creación de un monumento natural en honor del autor para conmemorar el sexto centenario de su obra.

La localización elegida, según reza la Real Orden nº 213 de ese mismo año, fue un «risco situado cerca del puerto del León, al comenzar la vertiente meridional, en el lugar comprendido entre el Collado de la Sevillana y la Peña del Cuervo, término municipal de Guadarrama, provincia de Madrid […]».

Tras el necesario proceso burocrático, el domingo 23 de noviembre de 1930 se inauguró definitivamente el Monumento Natural de Interés Nacional. El acto, al que acudieron, según algunas (exageradas) crónicas periodísticas, tres o cuatro mil personas, fue abierto por Eduardo Hernández Pacheco, vocal de la Junta de Parques Nacionales, y tras él intervinieron Ramón Menéndez Pidal, director de la Real Academia, Antonio Gotor, director de Montes, y Elías Torno, Ministro de Instrucción. Después tomó la palabra Serafín Álvarez Quintero, que, junto con su hermano Joaquín, había preparado un largo romance conmemorativo, y se cerró la jornada con la interpretación de las serranillas del Arcipreste en la voz de las niñas del coro del Instituto-Escuela9.

Vista general del acto de inauguración de la Peña del Arcipreste de Hita, noviembre de 1930.
© Fundación Ramón Menéndez Pidal

Arca original de la Peña del Arcipreste de Hita. Fotografía publicada originalmente en el diario La Crónica del 30 de noviembre de 1930.

De esta manera quedó inaugurada la Peña del Arcipreste de Hita, en cuyas rocas se grabó a cincel: «1330-1930. Al Arcipreste de Hita, cantor de esta sierra, do gustó las aguas del río de Buen Amor»; en la roca inferior «cerca la Tablada / la sierra pasada / falleme con Aldara / a la madrugada», y debajo, «caminante de este puerto una mañana de marzo de 1329».

A los pies del Monumento, incrustada en la roca, se colocó además una elegante arqueta de hierro, con un letrero, «Ande de mano en mano a quier quel pidiere», en cuyo interior se dejó depositado un ejemplar del Libro de buen amor y un cuaderno de firmas para los visitantes.

Hasta hoy, la identidad de la(s) persona(s) o institución(es) que se encargaron de conservar el arca y los materiales que atesoraba era prácticamente desconocida. La correspondencia de Ramón Menéndez Pidal con Alfonso Reyes, sin embargo, ofrece de nuevo una grata sorpresa al investigador.

El 18 de diciembre de 1941 (R024036), tras su largo exilio de tres años, Ramón recibe un ejemplar de Pasado inmediato, la nueva obra de su amigo Alfonso Reyes, y su lectura le trae a la memoria recuerdos felices de antes de la guerra, cuando caminaba por el Guadarrama con sus amigos más cercanos:

Recibo su Pasado inmediato, y no sabe usted lo que agradezco su lectura. Además del vivo interés literario y humano que en esas memorias se encuentra, los que tratamos a usted, y sobre todo los que convivimos sus años madrileños, encontramos además el gran atractivo de los recuerdos comunes «de aquel buen tiempo pasado». ¡Y cómo son agradables ahora para mí, tan abrumado de añoranzas! Su edición del Buen Amor (que no había reparado que estuviese mal comprendida en la crítica de Lecoy) la tenía yo depositada en una arqueta de hierro que había hecho empotrar entre los pedruscos de la Peña del Arcipreste, y cada dos o tres meses me daba un paseo por el puerto, para ver si el libro estaba deteriorado o había sido sustraído (esto último no sucedió más que una vez), y lo reponía, cuando era preciso, para que los excursionistas leyesen por él. He vuelto allá después de mi ausencia de tres años, pues todavía excursioneo por aquellas benditas cumbres, ¡y me encuentro la arqueta destruida! Pero aún espero poder restaurarla, y no faltará en ella el libro de usted, incomprendido por Lecoy…

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Fotocopia de la carta de Ramón Menéndez Pidal a Alfonso Reyes, conservada en el Archivo Epistolar de la Fundación Ramón Menéndez Pidal (R024036).© Fundación Ramón Menéndez Pidal

Según estas palabras, es evidente que era Ramón Menéndez Pidal quien se encargaba personalmente del cuidado de los materiales del arca —mucho mejor respetados por los visitantes que ahora, a juzgar por sus palabras— durante las primeras décadas de existencia del Monumento. Sin duda, esta es la razón por la cual hoy todavía se conserva en su Fundación el original del primer cuaderno de firmas de la Peña del Arcipreste, aunque, lamentablemente, nada se sabe acerca de los múltiples ejemplares que iría reponiendo después.

Detalle del primer libro de firmas de la Peña del Arcipreste, con la rúbrica de Niceto Alcalá Zamora, su hija Isabela y sus hijos José y Luis. © Fundación Ramón Menéndez Pidal

En cuanto al ejemplar del Libro de buen amor elegido para descansar a los pies de la Peña, Menéndez Pidal alude en este pasaje a la edición que su colega mexicano preparó para la editorial Calleja en 1917, reeditada en 192610.

Como buen discípulo del «método pidalino», en el que la investigación de campo, asociada al excursionismo, formaba parte del trabajo filológico, Alfonso Reyes fue uno de los primeros investigadores que se atrevió a reconstruir hipotéticamente el camino que debió de seguir el Arcipreste de Hita en sus (des)encuentros con las serranas. De hecho, más allá de la profunda amistad que los unía y de la rigurosa labor editorial del mexicano, que moderniza el texto con sumo cuidado, es probable que Ramón Menéndez Pidal tuviese muy en cuenta este apéndice geográfico a la hora de elegir esta edición concreta para el arca: ¿qué mejor ocasión para consultar el itinerario de Juan Ruiz por la Sierra de Guadarrama que el momento de descansar bajo la impotente figura de la Peña del Arcipreste?

Portada de la segunda edición de la edición de Alfonso Reyes, calcada a la de 1917.



Hipótesis de Alfonso Reyes sobre el viaje del Arcipreste.

Según argumenta el propio Alfonso Reyes en «El reverso de un libro (memorias literarias)», defendiéndose de la furibunda crítica que el hispanista francés Félix Lecoy le dedicó a su estudio en Reserches sur le «Libro de Buen Amor» (París, 1938) —a la que se refiere Pidal en la carta anterior—, la intención de esta edición popular fue ofrecer un texto divulgativo, asequible económicamente y apto para cualquier interesado en la obra y la figura de Juan Ruiz, pero sin dejar de lado el rigor científico y filológico11:

[…] no pareció Lecoy interesarse por el esfuerzo de vulgarización que ese librito representa, ni percatarse del esfuerzo para fijar los puntos del itinerario, hasta entonces no establecido. Tampoco advirtió que en las notas léxicas, con ser popular la edición, se aprovechaban por primera vez materiales del Centro de Estudios Históricos que por aquellos días no estaban al alcance de nadie. En rigor, Lecoy, dado el plano de su obra, pudo dispensarse de citarnos. Ya que lo hace, no debió sacar las cosas de quicio. ¿Qué deja entonces para cierto «erudito», de cuyo nombre no quiero acordarme, que al encontrar aquella línea del Arcipreste: «ca según buen dinero yace en vil correo», entendió «correo» a la moderna y creyó haber descubierto en el viejo poema los orígenes del giro postal?

2. La Peña del Arcipreste en el siglo XXI

Después de la carta transcrita líneas arriba, fechada en diciembre de 1941, las referencias al arca de la Peña del Arcipreste son muy escasas y, de hecho, poco o nada se sabe sobre la conservación de este paraje hasta finales del siglo XX y principios del XXI.

Suponiendo que Menéndez Pidal consiguiera restaurar el arca y que él la preservase hasta que las excursiones «domingueras por la Sierra» comenzasen a escasear —como él mismo comenta en la carta de 1954 transcrita arriba—, este segundo cofre restaurado fue nuevamente destrozado o sustraído, pues en 1996 solo se podía encontrar allí una caja de madera en el suelo con unos papeles sueltos en su interior.

Aquel año, Francisco Castrillo, vecino de la Estación de El Espinar —núcleo de población más cercano a la desaparecida venta del Cornejo—, promovió por primera vez una marcha a la Peña del Arcipreste con la intención de reconstruir y conmemorar el viaje que describe Juan Ruiz en el Libro de buen amor desde la venta al puerto de Tablada12. Al llegar a la Peña los participantes solamente encontraron una caja de madera —de las que típicamente se usaban para la fruta— con folios sueltos y un ajado ejemplar del Libro de buen amor. Este, además, era habitualmente afanado, por lo que en numerosas ocasiones el propio Castrillo —o algún amigo cercano— reponía la obra con algún ejemplar pagado de su bolsillo13.

Más de un lustro después, en 2002, la caja y los papeles continuaban allí, pero la suerte quiso que otro grupo de excursionistas, los «Raposos plateaos», arribase a la Peña para poner fin a la penosa situación en la que se encontraba el legado pidalino14.

Este grupo de montañeros —que deben su curioso nombre al encuentro en Marichiva con unos simpáticos zorros y a las canas que desde el principio cubrían los cabellos de sus componentes, todos jubilados— había nacido un año antes en la «Asociación Amigos del Retiro» —con sede detrás del Palacio de Cristal—, donde muchos de sus miembros se juntaban para jugar al ajedrez, y desde entonces comenzaron a caminar cada martes y cada jueves por los distintos parajes de la Sierra de Guadarrama15.

Poco tiempo después del comienzo de estas salidas al campo uno de sus miembros fundadores, Fedor Adsuar, se topó con el recorte de un libro en el que aparecía una fotografía de la inauguración de la Peña del Arcipreste en 193016.

Impresionados por aquel curioso monumento, Fedor, Fermín y algunos otros compañeros de caminatas decidieron poner rumbo a Cercedilla y buscar desde allí el camino a la Peña. En un mundo predigital, en el que los navegadores GPS apenas si empezaban a despuntar, no les fue sencillo hallar el camino a las rocas, pero, tras toparse con el mojón de piedra situado al comienzo de la senda —en el que está inscrito «Peña del | Arcipreste de | Hita, espacio | natural | protegido | monumento | natural de | interés nacional | declarado | en 1930. | Distancia a la | peña 800 m.»—, consiguieron llegar a los pies del conjunto rocoso, donde encontraron la citada caja de fruta.

Fedor, que quedó enormemente intrigado por aquellos raídos pliegos amarillos, comenzó a documentarse acerca de la historia de la Peña y sus indagaciones le llevaron a encontrar un recorte de periódico con la fotografía del arca de 1930 —seguramente la misma que aparece arriba—. En vista de lo anterior, él y si compañero Fermín decidieron actuar ante aquel abandono: debían construir un arca similar a la original para dignificar nuevamente aquel monumento.

Pocas semanas después de su primera visita, Fedor, hábil artesano de la madera, construyó el cofre y un grupo de «Raposos» voluntarios acudió a depositarlo a los pies de la Peña, cerca del lugar donde estaba incrustado originariamente, que en aquel entonces, como ahora, había sido ya conquistado por zarzas y matorrales. Confiando en la bondad de los visitantes que acudían habitualmente a la zona, no dispusieron ningún sistema para fijar el arca a la piedra. Como consecuencia, muy poco tiempo después esta desapareció en manos de algún desaprensivo sin dejar rastro.

Tras la correspondiente visita al cuartel de la Guardia Civil de Guadarrama, donde no terminaban de comprender por qué aquellas personas venían a reclamar el robo de un arca que estaba abandonada en mitad del monte y que custodiaba un poema medieval y un cuaderno de firmas —aunque accedieron a tramitar la denuncia—, Fedor se puso nuevamente manos a la obra y construyó un segundo ejemplar, todavía más robusto y cuidado que el primero.

Recorte del libro conservado por Fedor.



Copia conservada por Fermín Conesa de la denuncia interpuesta en el cuartel de la Guardia Civil de Guadarrama el 6 de marzo de 2003.

El 6 de marzo de 2003 un grupo de «Raposos plateaos» —Antonio Jiménez, Fermín Conesa, Ángel Román, Fedor Adsuar, Miguel Rodríguez— y algunos otros amigos —Ernesto Medina, Roberto Fernández Peña, José Solé y Domingo Pliego— volvieron a la Peña del Arcipreste y realizaron los preparativos necesarios en la roca para evitar un nuevo robo: cadenas, anclajes de escalada y un potente adhesivo.

Cartel preparado por los «Raposos plateaos» para publicitar el homenaje, conservado por Fermín Conesa.

Para esta segunda ocasión, el grupo de senderismo decidió promover un acto inaugural, de manera que, tras contactar con las instituciones oportunas y publicitar el evento a uno y otro lado de la Sierra, el día 20 de marzo de 2003 se colocó en el espacio elegido el nuevo arca y quedó inaugurada oficialmente una nueva época en el monumento natural de la Peña del Arcipreste.

Según describe Domingo Pliego, allí acudieron hasta ochenta personas: numerosos miembros de los «Raposos plateaos», que portearon el arca desde el apeadero de Tablada; los colaboradores en la preparación de las cadenas; el alcalde de Guadarrama; guardas forestales; gentes venidas de Madrid, de Segovia y de los pueblos cercanos —El Espinar, Guadarrama, Cercedilla, Los Molinos…—; y hasta un grupo de dulzaineros y tamborileros —aunque se les rogó que no entonasen música alguna ante el reciente estallido de la guerra de Irak—.

Unas palabras leídas por Manuel Rincón, autor de varios libros sobre la Sierra, pusieron fin al acto, en el que se dejaron depositados dos nuevos ejemplares del Libro de buen amor, un cuaderno de notas y varios lapiceros y bolígrafos a disposición de los visitantes17.

A pesar de los esfuerzos descritos para crear un sistema «antirrobo», esta segunda arca fue de nuevo sustraída poco después. Los «Raposos», no obstante, lejos de desistir en su empeño de mantener viva la tradición del arca en la Peña, perseveraron en la tarea que habían adoptado como suya y construyeron un tercer cofre, demostrando una vez más un admirable tesón.

En esta ocasión, el cajón de madera, construido con un material imposible de trabajar o deteriorar con herramientas manuales, «madera-hierro», no fue depositado al pie de la roca, sino entre las propias piedras. Además, se fijó a estas con cemento y un tornillo remachado, de tal manera que fuese totalmente imposible llevarse el objeto sin destrozarlo primero.

En este último ejemplar, que todavía sigue allí, Fedor grabó dos mensajes: uno en la tapa, «Peña del Arcipreste de Hita 2003. Salud y cultura», y otro en la contratapa, «Jubilatas juveniles. Raposos plateados».

Preparación del transporte de la nueva arca, 20 de marzo de 2003.

Panorámica del acto de inauguración del nuevo arca, 20 de marzo de 2003.

Estado actual del arca, 13 de febrero de 2021.

Durante los siguientes quince años, los miembros de este grupo de senderistas han sido los responsables de salvaguardar este paraje. En este tiempo los visitantes más «curiosos» no han podido arrancar el arca de la piedra, sin embargo, el ejemplar del Libro de buen amor que está depositado dentro no ha corrido tanta suerte. Ante esta desagradable situación, Fermín Conesa decidió actuar nuevamente y, ni corto ni perezoso, se presentó en las oficinas de la editorial Castalia —que tiene algunas de las ediciones divulgativas más fiables del poema— para explicarles la labor que venían realizando y firmar un convenio por el que cada año le enviasen dos o tres ediciones del libro18.

De este modo, cada dos o tres meses un grupo de «Raposos plateaos» se acercaba a la Peña, comprobaba el estado del arca y sustituía el Libro del Arcipreste y los cuadernos de firmas por unos nuevos. Asimismo, dada la ingente cantidad de papeles que llegaban a recoger anualmente, decidieron depositar todos los cuadernos recogidos en la sede de la «Asociación de Amigos del Retiro» —detrás del Palacio de Cristal—, y allí estuvieron a disposición de quien quisiera consultarlo durante más de una década19.

Más de quince años después del comienzo de esta labor, en el 2018, la Fundación Ramón Menéndez Pidal promovió, dentro de los numerosos actos del «Bienio pidalino», una marcha homenaje a Ramón Menéndez Pidal en la Peña. Conocida la actividad de estos montañeros —gracias al contacto con Domingo Pliego—, la organización decidió invitarlos a participar en el acto y allí, el 30 de junio, recogieron por última vez los cuadernos de firmas y el (continuamente) deteriorado libro del Arcipreste y depositaron ejemplares nuevos.

Ante el inevitable paso de los años y la merma de sus condiciones físicas —además de la pandemia del SARS-CoV-2 que asola el planeta desde principios de 2020—, los «Raposos» no han podido regresar desde entonces a recoger y reponer los materiales del arca, y cada año les resulta más complicado.

Delante, tres miembros de los «Raposos plateaos», Fedor Adsuar (izqda.), Eduardo Castañeda (centro) y Fermín Conesa (derecha). Detrás, algunos de los componentes de la Escuela de Dulzaina y Tamboril de San Rafael, que colaboró en el homenaje, disfrutando del merecido almuerzo. 30 de junio de 2018.

Pues bien, una vez terminada la vorágine de actos derivados del «Bienio pidalino», y tras un año 2020 en el que toda actividad quedó muy limitada, a principios de 2021 la Fundación Ramón Menéndez Pidal decidió volver a contactar con los miembros fundadores de los «Raposos plateaos», Fedor y Fermín, y les propuso recuperar la labor de conservación de la Peña y su arca. Ambos acogieron con entusiasmo la idea y el 4 de febrero de 2021, en casa del propio Fedor, hicieron entrega de todos los materiales que conservaban desde 2018 para que fueran depositados en los archivos de la Fundación.

Desde este momento en adelante, pues, la Fundación Ramón Menéndez Pidal asume la responsabilidad de conservar, reponer y archivar periódicamente los materiales que se encuentra depositados en el arca de la Peña del Arcipreste. Con ello, esta institución retoma casi un siglo después la tarea que el propio Menéndez Pidal desarrolló durante buena parte de su vida y cierra un círculo que ha permanecido abierto durante más de cinco décadas.

Sirva este breve artículo como homenaje a todos aquellos que, anónima y desinteresadamente, han querido mantener vivo el legado pidalino en la Sierra de Guadarrama. Gracias a su perseverancia y generosidad la tradición del arca del Arcipreste ha permanecido viva. Es responsabilidad de todos, instituciones y visitantes, que nunca se vuelva a perder.

Fedor, a la izquierda, y Fermín, a la derecha, haciendo entrega de dos ejemplares del Libro de buen amor y de los cuadernos de firmas recogidos el 30 de junio de 2018.

* Debo agradecer la idea de redactar este breve artículo a Jesús Antonio Cid y Sara Catalán, quienes me pusieron en la pista del epistolario de Alfonso Reyes y despertaron nuevamente mi curiosidad por la conservación del arca de la Peña del Arcipreste. Tampoco puedo olvidarme de todos aquellos que me han ayudado a recuperar la historia moderna del cofre: Domingo Pliego, Fermín Conesa, Fedor Adsuar y Nacho Calvo; y de los que me han apoyado en las gestiones institucionales, Concepción Rubio Alonso y María Villamayor.

1 Un buen ejemplo de estos trabajos de campo serían las encuestas romancísticas y dialectales que llevó a cabo por buena parte de la Península y que se cuentan por centenares. Una descripción larga y documentada de la vida de Ramón Menéndez Pidal en la Sierra de Guadarrama puede encontrarse en uno de los últimos volúmenes de la colección Renuevos del Olivar de Chamartín: Ramón Menéndez Pidal y la Sierra de Guadarrama. Crónica de un vecino de San Rafael, El Espinar, Fundación Ramón Menéndez Pidal – Ayuntamiento de El Espinar, 2018, pp. 43-88.

2 Según cuenta el propio Diego Catalán en «Las huellas del pasado: “el viejo cuaderno”», Caminos de El Espinar, El Espinar, Ayuntamiento de El Espinar, 2006, pp. 122-124, este cuaderno de campo fue expoliado, al igual que su casa de San Rafael, durante la Guerra Civil. Miguel Catalán, su yerno, consiguió recuperar algunas hojas y, con ellas, comenzó a rellenar un nuevo cuaderno con todas las excursiones. Este segundo ejemplar, sin embargo, también desapareció y todavía no ha sido posible localizarlo.

3 Para la consulta del epistolario Reyes – Menéndez Pidal me he apoyado también en la tesis doctoral de Raul H. Mora Lomeli, Sigo aquí la última edición revisada por el autor, Obras completas de Alfonso Reyes IV: Simpatías y diferencias; Los dos caminos; Reloj de Sol; Páginas adicionales, México, Fondo de Cultura Económica, 1956 [edición electrónica, 2015], p. 357.Présence et activité littérarie de Alfonso Reyes a Madrid (1914-1924), Faculté des lettres et sciences humanies de L’université de Paris, [1969], de la que se conserva copia en la Fundación Ramón Menéndez Pidal.

4 Sigo aquí la última edición revisada por el autor, Obras completas de Alfonso Reyes IV: Simpatías y diferencias; Los dos caminos; Reloj de Sol; Páginas adicionales, México, Fondo de Cultura Económica, 1956 [edición electrónica, 2015], p. 357.

5Nuevamente sigo la última edición revisada por el autor, Obras completas de Alfonso Reyes XII: Grata compañía; Pasado inmediato; Letras de la Nueva España, México, Fondo de Cultura Económica, 1960 [edición electrónica, 2015], pp. 213-214.

6 Cito a partir de Álvaro Piquero, Ramón Menéndez Pidal en la Sierra de Guadarrama, El Espinar, Fundación Ramón Menéndez Pidal – Ayuntamiento de El Espinar, 2018, p. 100.

7 Gonzalo Menéndez-Pidal, Los caminos en la Historia de España, Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1951, p. 58.

8 Debo matizar aquí la afirmación que hice a pie de página en el estudio Ramón Menéndez Pidal en la Sierra de Guadarrama, El Espinar, Fundación Ramón Menéndez Pidal – Ayuntamiento de El Espinar, 2018, p. 102, n. 59. Dejándome llevar por algunas investigaciones recientes, y sin tener en cuenta los cambios drásticos que provocaron en la zona las obras de las actuales piscinas de La Panera, afirmaba entonces que el edificio «debía estar en la zona de los actuales vestuarios». Testimonios posteriores de algunos testigos directos, como Leonardo Fernández Troyano o Miguel López Laorga, antiguo gabarrero de El Espinar, me confirmaron que la Venta se encontraba en realidad en la zona de la finca privada en la que el M. I. Ayuntamiento de El Espinar colocó un mojón de piedra conmemorativo en el año 2008.

9 Una descripción extensa del proceso de creación de la Peña y del acto de inauguración puede encontrarse en Álvaro Piquero, Ramón Menéndez Pidal en la Sierra de Guadarrama, El Espinar, Fundación Ramón Menéndez Pidal – Ayuntamiento de El Espinar, 2018, pp. 103-124.

10 Teniendo en cuenta la datación de la carta, 1941, lo más probable es que la edición que Menéndez Pidal subiera hasta la Peña fuera esta segunda de 1926, de la que todavía se conserva una copia en la Biblioteca de la Fundación Ramón Menéndez Pidal (24-D).

11 Vuelvo a citar aquí a partir de las Obras completas de Alfonso Reyes XII: Grata compañía; Pasado inmediato; Letras de la Nueva España, México, Fondo de Cultura Económica, 1960 [edición electrónica, 2015], p. 214.

12 Salvo en el pasado 2020, que no se pudo celebrar por motivos sanitarios, esta marcha, que en origen incluía varias paradas para leer fragmentos del cancionero del Arcipreste, se ha celebrado ininterrumpidamente la última semana de agosto, sumando XXIII ediciones en el verano de 2019.

13 Debo agradecer estos detalles a Nacho Calvo, uno de los vecinos de San Rafael más activos en el mantenimiento de esta marcha.

14 Toda la información vertida en los siguientes párrafos parte de una entrevista personal realizada el 4 de febrero de 2021 a dos de los miembros fundadores de los «Raposos plateaos», Fedor Adsuar y Fermín Conesa, y de la detallada descripción de sus cuadernos de campo que amablemente me enviaron Domingo Pliego y Marisol de Andrés. Parte de esos impagables recuerdos aparecen también en Domingo Pliego, «Las Peñas del Arcipreste», Abenámar, iii (2019-2020), pp. 127-130. Por otro lado, los «Raposos plateaos», aún en activo, mantienen una página web en la que anuncian sus excursiones y guardan sus vídeos y fotografías: <http://raposos.getenjoyment.net/>.

15 Es interesante destacar que los «Raposos plateaos» no solo pretendían disfrutar del monte, sino también promover a partir de ello la solidaridad y el cuidado del medio ambiente. Por este motivo uno de sus principios fundamentales era el de utilizar el transporte público para llegar a los lugares indicados —sobre todo el tren— y donar una simbólica cantidad de dinero a un comedor social en cada salida al campo. Este y otros detalles los cuentan ellos mismos en un reportaje que el programa España Directo de TVE les dedicó en el año 2016: <https://youtu.be/0O3k2L7lXLA>.

16 Ni el propio Fedor ni Fermín logran recordar a qué libro pertenecía este recorte. A pesar de mis indagaciones, he de reconocer que yo tampoco he sido capaz de saber a qué obra pertenece el fragmento, en el que, en un tono muy cercano al institucionismo de la ile, se habla de algunos de los pioneros del alpinismo y el naturalismo europeos, como Conrad von Gesner, Louis Ramond o Élisée Reclus.

17 Una resumida descripción puede leerse en Domingo Pliego, «Las Peñas del Arcipreste», Abenámar, iii (2019-2020), p. 129. Además, él mismo me envió posteriormente las notas completas de sus cuadernos de campo para ampliar toda la información referida a aquel evento.

18 Llama la atención que, igual que en el caso de la reinauguración de la Peña en 2003, en este caso los «Raposos plateaos» coinciden, sin haberlo premeditado, con la voluntad de Ramón Menéndez Pidal, depositando en el arca una edición del Libro divulgativa, asequible y rigurosa a la vez.

19 Según me indicaron Fedor y Fermín, un cambio en la «política» de la Asociación provocó la lamentable destrucción de los cuadernos hace unos pocos años.